jueves, 3 de abril de 2008

La República de Platón

fuente: http://www.monografias.com/trabajos11/platonn/platonn.shtml#seis

Libro VI

"En fin Glaucón, después de muchas dificultades y de una discusión bastante laboriosa, hemos establecido la diferencia entre los filósofos y los que no lo son".

Según expresa Sócrates, el gobierno, no se confiará a ciegos conductores de ciegos, sino solamente a los que posean ideales claros; aunque se ha de procurar también que no les falte experiencia.

Los amantes de la verdadera filosofía están destinados al gobierno del Estado ideal, porque se consagran a las ideas abstractas y a una concepción sistemática y coherente de la vida.

El diálogo se desarrolla luego con la objeción de que la mayoría de los que se llaman filósofos no son capaces de gobernar ni aptos para ello. La culpa no está en la filosofía. Muchas son sus virtudes, pero también se halla expuesta a múltiples tentaciones: la riqueza, la belleza, etc., o el halago de la multitud.

No considera verdaderos filósofos a aquellos cuya ciencia consiste en conocer y complacer los instintos, los gustos de la multitud heterogénea que se reúne para satisfacer sus instintos, opinando sobre ciencia,

pintura, música o política.

Es así como la filosofía, abandonada por los verdaderos sabios, cae en poder de personas indignas, deslumbradas por los hermosos nombres que se le aplican y sus brillantes apariencias. Por descalificada que esté, comparada con otras profesiones, proporcionará todavía gran prestigio entre los hombres

La consagración exclusiva a la filosofía será la recompensa y el coronamiento de una vida empleada en servicios militares y políticos en el Estado. Ésta es la clase de hombres que debe ejercer el gobierno para que se organice una ciudad perfecta, tanto entre los griegos como entre los bárbaros. El filósofo está por encima de los celos y la envidia: por tener sus ojos fijos en los modelos celestes, se esforzará como gobernante en reproducir, con los materiales de la vida, aquella imagen del hombre que Homero presenta como semejante a un dios. Su reino en la tierra puede parecer un sueno, pero no es totalmente imposible.

Puesto que el filósofo es la piedra angular del nuevo listado, su formación será objeto de especiales cuidados.

No basta el método, que se aplica generalmente, de definir las tres virtudes en relación con las tres facultades del alma. Hay un camino más largo que están obligados a seguir, aquellos que quieren lograr el más elevado de todos los conocimientos, esto es, la idea del Bien. El bien es la base de la ciencia, la ética y la política. El hombre común se maneja con conocimientos prácticos pero el filósofo tiene que estar en condiciones de explicar razonadamente por qué es "bueno" o deseable ser valiente, casto, etc.

Tal razón se basa a la postre en una concepción del sumo bien. La actitud del filósofo en relación al sumo bien, según Platón, se resume en poseer un concepto adecuado, estar en condiciones de definirlo, demostrar su superioridad con argumentos y defenderlo contra los opositores y, por último, en poder deducir sistemática Y evidentemente sus consecuencias éticas y prácticas

Libro VII

Sócrates, utiliza una comparación explicar que los que viven en este mundo se parecen a seres encerrados en una caverna, donde se hallan encadenados contra un fuego que arde a sus espaldas, de modo que sólo contemplan las sombras que pasan por delante, proyectadas por objetos que se mueven entre ellos y el fuego. Al sostener los hombres comunes que las sombras son la realidad, se oponen a los filósofos

empeñados en contemplar el reino del día y de la brillante luz, causa última de todo. Quien haya logrado esta superación, no apreciará en lo más mínimo la sabiduría que afirman poseer los moradores de la caverna.

Es preciso que la inteligencia, contrariamente a lo que enseñan los sofistas, pase de las sombras a la realidad. Desde la juventud debe aspirarse a este fin mediante la represión de la naturaleza sensible y la elevación de la mente a realidades más elevadas. Por eso, la ciudad ideal no tiene que ser gobernada por los que se demoran en lo sensible, sino por los filósofos que han visto la verdad, el verdadero Sol.

Tal es la condición del Estado perfecto: los gobernantes no han de buscar el gobierno con miras al provecho propio; en cambio, condescienden a hacerse cargo del mismo, renunciando a su pesar a una vida más elevada.

Sócrates plantea la educación que deben recibir:

"Será pues necesario dedicarlos desde la infancia al estudio de los números, de la geometría y de toda la educación propedéutica que debe impartirse antes que la dialéctica, pero sin obligarlos a aprender por la fuerza."

Describe luego las ciencias a que debe consagrarse el que está destinado a gobernar el Estado. Se trata de elevarlo de la zona de las tinieblas a la realidad. La aritmética es la ciencia más adecuada para ello, y

también aquellas otras relacionadas con la aritmética, como la geometría, plana y sólida, y la astronomía.

Presentan contradicciones aparentes que invitan a la reflexión; presuponen y desarrollan la facultad de concebir abstracciones y razones en forma consecuente, lo cual es indispensable para

la aprehensión del "bien".

Pero estos estudios no son sino preparatorios para la dialéctica, que corona la educación propia del filósofo. Es la única que nos proporciona una visión sinóptica de todo saber.

El filósofo debe ser capaz, al renunciar a las imágenes sensibles y a las hipótesis, de elevarse, por medio de las ideas puras de la razón, a la idea del bien (pues éste es el más elevado principio)y de allí descender a lo particular de los sentidos. La dialéctica es la única ciencia que busca la verdad por sí misma, sin motivos ulteriores.

La más elevada educación debe reservarse a los que se mostraron más capaces y dignos de aquella durante la juventud; de lo contrario, la filosofía quedará expuesta al ridículo y a la vergüenza. En la infancia, la instrucción será grata, algo así como un juego para discernir la capacidad natural de los niños. Durante los

años consagrados a los ejercicios gimnásticos, se deben intercalar estudios más severos. Sólo a los veinte años se llevará a cabo una selección de los mejores discípulos, con la supervisión de la relación y conexión de los estudios ya realizados. Finalmente, a los treinta años tiene que hacerse una selección definitiva, de la cual surjan los que se consagrarán a la dialéctica. Siguiendo este proceso selectivo, no se corre el peligro de perturbar la moral y la religión al discutirse sus problemas por mentes inmaturas. Una inteligencia sobria y desarrollada no se intoxicará con discusiones, sino que distinguirá entre la investigación de la verdad y una heurística capciosa. Cinco años se consagrarán al estudio de la

dialéctica. A Los treinta y cinco años, quienes hayan completado estos estudios, de nuevo descenderán a la "caverna" y participarán durante quince años en las tareas de la paz y de la guerra. Aquellos que surjan triunfantes, a la edad de cincuenta años, se convertirán en los verdaderos gobernantes y guardianes del Estado. Fijos sus ojos en la idea y modelo del bien, procurarán realizarlo en su propia vida y en el gobierno de la ciudad, dedicándose principalmente a la filosofía, pero participando también en el servicio del Estado. Así, una vez muertos, partirán a la isla de bendición y recibirán los honores debidos a los dioses.

Glaucón, exclamó:

"¡Sócrates, los gobernantes cuya imagen acabas de esculpir son de una belleza perfecta!"

Sócrates a partir de esto le aclara que no solo se refiere a gobernantes sino también a gobernantas, las cuales hayan sido dotadas de aptitudes apropiadas.

Libro VIII

Sócrates, le aclara a, Glaucón, las cosas que han admitido para que la ciudad esté bien organizada, en las deben ser comunes las mujeres, los hijos, la educación, las ocupaciones de los gobernantes.

Para llegar a su perfección es más evidente si la compara con especies de gobierno degenerativas o inferiores. Genéricamente se reducen a cuatro: la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía.

Sócrates, desde el Estado ideal o aristocracia, muestra cómo, por sucesivas corrupciones, se desciende a la tiranía. Todo esto con miras a resolver la cuestión que se ha planteado previamente: la relativa felicidad del hombre justo o del injusto. El entendimiento, explica, no alcanza a comprender las causas de la degeneración, si desconoce aquella enseñanza de las musas de que todo lo que tiene un principio está sometido también a un fin. En el Estado perfecto, por descuido o por imposibilidad de control de los guardianes, pueden surgir personas ineptas para el gobierno. Si llegan a gobernar, vigilarán menos la pureza del Estado.

En su fuero íntimo anidará un anhelo de riquezas y de lujo que hasta entonces sólo se reprimió por miedo a la ley y no por una verdadera vocación filosófica.

La timocracia, entonces, engendra la oligarquía. Es una forma de gobierno en la cual los ricos mandan, desplazando a los pobres. Hay una oposición fatal entre la virtud y las riquezas; cuanto más se estiman las riquezas, menos se aprecia la virtud. El afán de riqueza suscita la violencia, y unos pocos, en perjuicio de la mayoría, se convierten en dueños del Estado. Para asegurar sus privilegios se valen de las armas, y los ciudadanos desposeídos viven expuestos a su capricho. Si la oligarquía conserva cierta respetabilidad aparente y no abusa en exceso de su situación, es por miedo a peores consecuencias.

El abuso de las riquezas provoca la democracia. Ansiosos de aumentar sus ganancias, los oligarcas ignoran la existencia de hombres valientes que se hallan sumidos en una desesperada pobreza. No existe ley alguna que prohíba la indebida adquisición de riquezas. Los que están al frente del Estado se entregan a los placeres hasta que los pobres, que llegan a observarlos de cerca, comprenden que si no se apoderan del gobierno es porque no quieren.

Esto basta para que estalle la revolución. Triunfante el pueblo, se establece la democracia, luego de eliminar algunos ricos y obligar a los restantes a vivir en pie de igualdad.

Sócrates, expresa:

"Ahora bien, ¿cómo se administran estas gentes?¿Qué sistema de gobierno constituyen? Porque es evidente que al hombre que se parece a él podremos llamarlo democrático."

Plantea que como el hombre es libre, en la democracia, cada uno hace lo que le place y por eso, exhibe una infinita variedad de tipos de hombres y mujeres. No se exige cultura ninguna ni especial preparación para llegar a ser gobernante; además expresa que, basta con que se afirme ser amigo del pueblo.

El demócrata típico, con todo, es aquel que, una vez vencidos los fuertes impulsos de su juventud, busca establecer una total igualdad entre las diversas inclinaciones –buenas y malas- de su alma.

Acuerdan, Sócrates y Glaucón:

"Ahora nos queda por tratar la más hermosa forma de gobierno y el hombre más hermoso, o sea la tiranía y el tirano."

El exceso de libertad engendra la tiranía. Intoxicada por el abuso, la democracia denigra a los que quieren que se observen la ley y el orden. Desaparece toda disciplina y subordinación, hasta el extremo de que no hay respeto por ninguna ley, ya sea escrita o impuesta por la tradición. En medio de esa anarquía los más

enérgicos y laboriosos se presentan ante el pueblo, como los defensores de sus derechos. De ese medio surge el conductor o jefe. Amenazado por los que disfrutan del gobierno, corre el peligro de ser asesinado, en caso de no convertirse en un lobo dispuesto a defenderse en cualquier forma. El pueblo, halagado por sus promesas, le presta su adhesión y lo protege Se impone, entonces, sobre sus enemigos, que se ven obligados a descerrarse, si no quieren sufrir la muerte. AI principio de su gobierno, el tirano es cauto, pródigo en sonrisas y promesas. Pero, una vez afirmado en el poder, provoca guerras para que el pueblo comprenda que necesita un dirigente, si no quiere exponerse al peligro de perder la libertad. Si alguien se opone a sus pretensiones, es eliminado. Es así como el Estado se priva de los mejores ciudadanos y el tirano utiliza los servicios de personas ruines. Día tras día necesitará más guardias y mercenarios, gente que lo rodee y proteja, obedeciendo incondicionalmente a sus caprichos. Durante un tiempo, se comportará con cierta aparente honestidad, hasta el día en que exprima a1 pueblo para que soporte y pague sus propios caprichos y los de la banda que lo rodea.

El tirano se transforma en un déspota licencioso